La mañana en Moa se vistió de gala. No con sedas ni oropeles, sino con el susurro de uniformes recién planchados, el aroma a lápices con punta virgen y el brillo esperanzador de libretas que aguardan, mudas aún, el torrente de los primeros versos y las primeras ecuaciones. Así, entre risas tímidas y miradas curiosas, los niños y adolescentes de las escuelas Julio Antonio Mella y Carlos Baliño abrieron las páginas del curso 2025-2026.
El acto fue un mosaico de promesas. Entre los presentes, los más pequeños, con los ojos abiertos como platos, escudriñaban cada detalle de ese nuevo mundo que se les entregaba; era su primera vez, el umbral de todo. Junto a ellos, quienes ya conocían el camino, sonreían agradecidos ante las transformaciones que el verano había bordado en sus aulas: paredes más limpias, colores más vivos, un espacio renovado para soñar.
En el centro de aquel círculo de esperanza, la Doctora Misleny Nelson Chacón, con la serenidad que dan las ciencias y la pedagogía, hizo entrega de un reconocimiento. No era un diploma frío, sino un símbolo: el tributo a un esfuerzo colectivo, la semilla del período anterior que ahora daba frutos para sembrar de nuevo.
Y entonces, la canción. Un coro de voces puras se elevó para nombrar a la Patria y evocar a Fidel. No fue un canto cualquiera; fue un juramento dulce, una melodía que tejió el pasado con el futuro. En cada nota, la historia cabalgaba junto a ellos. Las calles de Cuba, temprano, ya se habían teñido del azul del cielo, el blanco de la pureza y el rojo de la sangre valiente, como si la propia bandera, en un manto vivo, envolviera a esta generación que es, en sí misma, la más perdurable de las conquistas.
El acto concluyó, pero no terminó. Resonó en el aire la pregunta eterna de Daniel Ortega: “¿Dónde está Fidel?”. Y la respuesta fue un susurro que recorrió el patio de la escuela: está aquí. Está en el rostro curtido del maestro que explica, en la arruga del libro que se abre, en la mirada determinada de la joven que resuelve un problema. Está en el futuro de la Patria, que ya no es un mañana lejano, sino un presente que se construye con tiza y esfuerzo. Está, sobre todo, en esta obra inmensa y frágil, poderosa y cotidiana, por la que luchó y triunfó: el derecho irrevocable a aprender.